Mazinger emite tales quejidos y aullidos cuando lo baño, que da la sensación de que lo estuviera torturando. Encima al estar mojado y con el pelo pegado al cuerpo, su indefensión parece mayor y sus ojos más grandes. Ojos que suplican el perdón por esa tortura que no comprende. Yo tengo que endurecer el corazón para que no me afecte su performance y pensar en el gato con botas de Shreck, que ponía también la misma cara de súplica y de lástima, pero era puro teatro. Mazinger dos minutos después del baño ya se ha recuperado de la tortura y busca feliz cualquier rincón sucio de la casa para restregarse y recuperar ese gris que tanto le gusta.
Siempre que lo baño aspiro al menos a que durante 24 horas esté blanco nuclear. Aguanta 10 minutos. Sobre todo cuando lo saco a la calle en un día lluvioso como hoy, cualquiera diría que es 1 de junio. La suerte es que al estar el día tan desapacible apenas había perros con los que pudiera restregarse. Yo, ya que no me podía entretener con él, me he dedicado a comprar el periódico y a observar la fachada de mi casa sin andamios. Ahí, en ese edificio amarillo, vivimos Mazinger y yo. En el quinto. ¿A qué mola?
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