martes, 31 de marzo de 2009

Caos

Después de la tempestad siempre llega la calma. Y tras el equilibrio de nuevo el caos. WELCOME.

lunes, 30 de marzo de 2009

Noches

El personaje de James Spader en la enloquecida y brillante serie Boston Legal sufre una clase de enfermedad o manía que le impide dormir bien, tiene terrores nocturnos. Un vértigo que le lleva a intentar el suicidio o cosas casi igual de disparatadas. Por eso contrata a su secretaria para que duerma con él, para que le cuide, para que le haga de guardiana. Le da un protocolo a seguir si le ve haciendo alguna tontería. Tiene que tranquilizarle de una determinada manera. Ella al principio flipa, claro, cree que lo que el abogado pretende simplemente es tirársela. Él insiste y al igual que es capaz de ganar todos los casos en la sala de los juzgados también consigue convencer a su secretaria. Ella pasa la primera noche en su cama, completamente vestida, hasta con un anorak y vigilando que el abogado no intenta nada con ella. Y así es, James Spader duerme como un corderito. A la noche siguiente, ella confiada se mete de nuevo en la cama con él. Y allí el abogado sonámbulo, tiene un episodio aterrador y ella literalmente le salva de que se arroje por la ventana. La secretaria se da cuenta de que el abogado no mentía y que realmente el miedo a la noche le lleva a hacer ese tipo de cosas. La chica horrorizada empieza a verle con otros ojos, ella siempre pensó que él era un sátiro sin más, y no, ahora se da cuenta de que hay un niño aterrado dentro de ese cínico. Pero la secretaria le dice que aunque le compadece no puede seguir acostándose con él, es demasiada responsabilidad.
En la novela que estoy leyendo una adolescente está viviendo sus últimos días de vida porque un cáncer la está devorando. Se enamora de su vecino y en un momento de impotencia el chico le grita: ¿Qué quieres de mí? Y ella le contesta: Quiero las noches.
Quiero dormir abrazada a ti, quiero que la noche no me atrape y que si me atrapa estés a mi lado.
¿Por qué me sentiré tan cercano a esos dos personajes en ciertas noches?
Sobre todo ahora que la cama es tan grande.

Tengo a Mazinger, eso sí.

martes, 17 de marzo de 2009

Aforismo

Leo en El País hoy un aforismo de Jorge Wagensberg que me encanta: "Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?"
En estos días espectaculares, de gafas de sol, cañas en las terrazas y tumbarse a leer en el balcón, a mí se me ocurre una pregunta para esa respuesta, que le quita toda la gracia a la respuesta, bien es verdad, pero ahí va: ¿Quién me provoca a mi estos principios de alergia primaveral? La naturaleza, sin duda.

sábado, 7 de marzo de 2009

Frost contra Nixon

En una de las más increíbles películas del año, El Desafío:Frost contra Nixon, el personaje de Nixon hacia el final de la peli le pregunta de manera confidencial a su entrevistador, "¿Usted disfruta cuando va a todas esas fiestas rodeado de tanta gente?" El entrevistador se queda un momento desconcertado, porque para él la respuesta es obvia. Y con su mejor sonrisa le contesta: "Claro que disfruto" Y entonces Nixon no oculta su admiración. "Qué suerte gustarle a la gente y que la gente le guste. Qué suerte poder disfrutar de todo eso."
Cuando a veces me da por cuestionar mis noches de juerga más propias de un veinteañero cuando ya tengo 36, y me entran dudas sobre si no tendría que parar el ritmo, sentar la cabeza, buscar otro modo de pasar el rato, siempre acabo pensando: Pero ¿por qué? Si disfruto.
Ah, las noches de Madrid...

jueves, 5 de marzo de 2009

Autoría

El cuentecillo titulado En el vagón de metro parte de una historia que me contó Guille. En teoría algo casi idéntico le había pasado a una amiga de una amiga. Hoy le he preguntado a Guille si había entrado en el blog para leerlo y si le había gustado. Me respondió que sí, pero en estos días se había enterado de que al parecer la historia es una leyenda urbana, no le pasó a la amiga de la amiga. De repente todo adquiere otro cariz, y yo me siento de pronto un plagiador. Reviso la historia y es verdad que tiene todos los elementos de leyenda urbana, aunque a mí lo que más me interesó y por la razón por la que decidí convertirla en mini cuento fue porque al pensar en ella me gustaba la idea de esa chica cuando sale del vagón y el chico guapo la deja allí. La idea de que ella se sienta abandonada por culpa de una muerta. Eso, que es mío, fue lo que motivó que la escribiera. ¿Soy un plagiador? ¿O la historia al darle yo un punto de vista nuevo se convierte en mía? El principio también lo inventé yo para darle al cuento un final. Pero de lo que quiero hablar es de esa idea que de repente surge y hace que te entren ganas de escribir. Las historias siempre están ahí, es un punto de vista nuevo las que las hacen nuevas. O las que las hacen interesantes, o las que te llevan a escribirlas. Y uno siente que ha tenido éxito cuando de repente otro amigo te pregunta, ¿Pero eso del vagón te pasó a ti? Porque hay algo en ese cuento que ya es mío, claro, y de ahí que ese amigo pueda pensar que eso fijo que le pasó al notas de Carlos aunque se esconda detrás del personaje de una chica.

Guille también me contó otra historia. Esa nunca pensé en escribirla porque era demasiado trágica, demasiado descorazonadora. Una historia que también tiene todos los elementos para ser una leyenda urbana o una fábula para adolescentes traviesos. Desgraciadamente seguro que de las dos historias la leyenda urbana es la que yo escogí creyendo que no lo era. La otra, la dura, seguro que pasó de verdad. Pero en esa si que no encuentro ningún motivo, ningún punto de vista para convertirla en cuento. Nunca ha estado entre mis temas el horror más absoluto.

miércoles, 4 de marzo de 2009

En el vagón de metro

Hoy me lo he encontrado en la Plaza de las Descalzas. Estaba más viejo y más arrugado. Tal vez no era él, pero tenía sus rasgos. Y hay rasgos que no se olvidan. Hay ojos azules que no se olvidan. Aunque sobre todo recuerdo los de ella.

Fue en 1993, un año después de las Olimpiadas. Yo llevaba poco en Madrid, aún me perdía a veces en el metro. Y esa noche estaba un poco perdida, sola, a pesar de mis amigas, y algo borracha. Ellas me habían dejado al lado de la estación de Nuevos Ministerios. Habíamos bebido cuatro o cinco cervezas y también unos chupitos de tequila. El vagón de metro estaba vacío. Sólo un chico de treinta y pocos al final del vagón. Justo antes de que se cerraran las puertas entraron un hombre y una mujer. Con muy mala pinta. Vaqueros sucios, cazadoras negras desgastadas. Yonkis tal vez. Él cargaba con todo el peso de ella en su hombro derecho, la arrastraba. Pensé: Ésta se ha bebido más chupitos que yo. O eso, o lleva un colocón de cualquier cosa. Se sentaron enfrente de mí. Ella no dejó de mirarme. No apartó ni un solo momento la vista. Yo ya no sabía hacia donde mirar. El hombre me interrogó con un gesto de desaprobación. Y musitó un ¿qué? Y ese qué me asustó. Miré hacia el lado derecho del vagón, buscando al otro pasajero, que debió de interpretar mi gesto de angustia, porque enseguida se acercó y se sentó a mi lado. Era guapo. Y vestía bien. Me sentí segura de repente.

Pasaron dos minutos y la chica seguía mirándome. De pronto sentí una mano que se posaba en mi pierna. Me alarmé. Era el chico guapo. Acercó sus labios a mi oído. “Baja en la próxima estación. No preguntes. Confía en mi”

El miedo me paralizó. Yo creía que el peligro estaba enfrente de mi, pero de repente el chico guapo me decía que me bajara con él. ¿Por qué?

Ya estábamos llegando a la siguiente estación y yo no sabía qué hacer. ¿Bajarme con el desconocido o seguir con los yonkis? A esas alturas ya había decidido que eran yonkis, y mala gente. Pero el guapo empezaba a parecerme mucho menos guapo, y cada vez más desconocido y raro. ¿Por qué me hacía una proposición tan extraña? No me pensaba bajar con él. No.

El metro llegó a la siguiente estación. El guapo se levantó y antes de salir me hizo un gesto para que le siguiera. Yo miré a los yonkis. Sobre todo la miré a ella. Y su mirada me dio la fuerza para levantarme y salir con el desconocido. Las puertas del vagón se cerraron al segundo de bajarme. Y el tren desapareció por el túnel negro.

Nos quedamos el desconocido y yo. Le miré intentando aparentar una seguridad y una serenidad que no tenía.

-No te asustes- dijo- Soy médico. Y esa chica, la he estado observando y… estaba muerta.
-¿Qué? ¿Cómo que estaba muerta? Si me estaba mirando.
-No parpadeó ni una sola vez, y tampoco sentí su respiración.
-Muerta…
-Por eso te hice bajar. Mejor que esperes al siguiente tren. Adiós.

Y sin más se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras mecánicas. Dejándome allí, esperando al siguiente andén como una tonta. Mientras se alejaba lo vi cada vez más guapo y menos desconocido. Y yo me iba sintiendo cada vez más sola y más absurda. Había compartido el vagón con una muerta que no dejaba de mirarme. Y con un desconocido que me acaba de abandonar en una estación en la que nunca había estado. Vivan los jueves por la noche en Madrid. Las cervezas y el tequila se revolvieron en mi estómago y me entraron unas ganas horribles de vomitar.

Hoy el hombre en la Plaza de las Descalzas no entendió nada cuando me acerqué a él y le pregunté: ¿De verdad estaba muerta?

martes, 3 de marzo de 2009

Dieta mediterránea

¿Pero nadie va a decir lo estupenda que es Dieta Mediterránea? La mejor peli de Joaquín Oristrel y la mejor comedia del año. Es de una alegría contagiosa. No os la perdáis. Uno sale de la sala contento, feliz, con hambre, y con ganas de muchas más cosas.