miércoles, 11 de febrero de 2009

Felicidad estática

Felicidad estática. Ese es uno de los títulos que desde hace tiempo pienso como posibilidad para una novela o una colección de cuentos. El otro día me acordé de él y se me ocurrió escribir un relato basado sólo en el diálogo y a modo de prólogo por si un día me atreviera a llevar a cabo lo de la novela o los cuentos. En el prólogo-cuento me río un poco de mí, un poco bastante, y del título en sí mismo. A ver qué os parece:

-Felicidad estática
-¿Felicidad estática? ¿Quieres que el programa se titule felicidad estática? Estás de coña.
-¿Por qué?
-¿Cómo que por qué? ¿Que significa la felicidad estática?
-Pues…
-No, no me lo expliques que eres capaz. ¿Quieres poner al presentador dando un discursito sobre la felicidad esa nada más empezar? Coño, eso pa un programa pa la dos, a lo mejor. ¡Pero esto es pa una privada!
-Pues nada, lo llamamos Busco novia y después todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando no pasemos del 9 por ciento.
-No me toques los cojones, Velasco. Que un título nunca ha significado nada.
-¿Entonces por qué no me das el gusto y me dejas que se llame como me de la gana?
-Porque yo a ti ya te pago una pasta. Y con esa pasta te das los gustos que quieras. Pero el programa por mis cojones que no se va a llamar Felicidad estática. Del creador de Butaca líquida, que tampoco pasó del 11 por si alguien se ha olvidado, llega Felicidad estática. Que gusto por las esdrújulas, coño.
-¿Ni siquiera sientes la más minima curiosidad de por qué ese título?
-Velasco, yo perdí la curiosidad el día que vi a mi santa en bolas. Ahí se acabó todo. Curiosidad desde entonces la justita. Cero.
-¿Sabes lo que es la electricidad estática?
-No, si hasta que no lo cuentes no vas a parar. Venga, pues nos sentamos todos, nos lo explicas y luego ya te decimos que no, pero al menos así te quedas a gusto. De verdad, yo no sé por qué te consentimos tanta tontería. Hala, ilústranos con tu definición de la electricidad estática. Y luego ya hacemos la regla de tres y la aplicamos a la felicidad, como si lo viera. Porque yo me llevaré la fama de simple, pero tú, con la pasta que te pagamos…
-La pasta, la pasta… Si tal me bajas el sueldo…
-No me tientes… Venga, la felicidad esa de marras, cuanto antes empieces antes te podremos decir que no.
- Si quieres no lo explico.
-Sí, eso, ahora enfurrúñate, y luego me pillas la tarjeta de crédito. Que mujer ya tengo una, Velasco. Y con verla tres horitas por la noche, de sobra.
-La electricidad estática…
-Caballeros abróchense los cinturones que va…
-¿Me dejas?
-Dale, dale… Que estamos en ascuas…
-La electricidad estática es un fenómeno que se debe a una acumulación de cargas eléctricas en un objeto. Esta acumulación puede dar lugar a una descarga eléctrica cuando dicho objeto se pone en contacto con otro. O para entendernos, se trata de esa fuerza que hace crepitar un jersey al quitárnoslo, te pone los pelos de punta al pasar cerca de un televisor, o hace que un globo se quede pegado al techo si lo frotamos… Ocurre en un segundo, y es inesperado, imprevisible.
-Como la felicidad, ¿a que sí?
-De verdad, sabes cómo quitarle la alegría a cualquiera…
-¿La alegría… estática? ¿O de eso no hay?
-Bueno, hala, vamos a dejarlo, que el puto programa se llame como queráis. Busco novio, busco pareja o que bien nos lo vamos a pasar los jueves por la noche. Fin de la historia. Recojo mis cosas y hasta luego.
-Venga, Velasco, no te nos pongas digno. El título no funciona. Si eso déjalo pa tu primera novela. Que seguro que a los críticos o a los que leen libros les encanta la metáfora… Yo si quieres te compro 10 ejemplares de felicidad estática. Pa mi santa. Que esa otra cosa no, pero leer, hasta las mil. El título le va a encantar. Sobre todo si en un prologuillo se lo explicas.

lunes, 9 de febrero de 2009

El hijo con talento (III)

Decidió llevar el cd de su hijo al trabajo. Más que decidirlo fue un acto impulsivo o al menos no muy meditado. Lo metió en su maletín y ya. Lo había visto con su mujer la noche anterior y a la mañana siguiente en el desayuno mientras su hijo con cara de dormido, ojeroso y despeinado, se peleaba con unas naranjas en el exprimidor, ninguno de los dos salía aún del asombro. Habían engendrado a un tipo con talento y lo más extraño es que no lo habían descubierto hasta la tarde anterior. Ni una sola pista antes que indicara que el chico estaba especialmente dotado o interesado en la música, en el arte, en la imagen. Y de repente esa eclosión. Bien mirado tampoco era tan extraño, ellos, los padres del adolescente que exprimía naranjas con torpeza, habían hecho carrera de letras y en su casa se leía, se escuchaba música, se veían películas. Y Andrés además se dedicaba al mundo de la publicidad. Había hecho sus pinitos como creativo aunque ahora se encargaba de la contabilidad de la empresa y de negociar los precios con los clientes. Digamos entonces que genéticamente Dani, el adolescente, lo tenía todo a favor para desarrollar un talento artístico, aunque su aspecto y actitud dijeran lo contrario. ¿Pero por qué lo llevaba en secreto? ¿Por qué nunca dijo, mira papá, a ver qué te parece esto? No necesitaba la aprobación de los padres ¿o realmente no buscaba la aprobación de nadie?

A media mañana Andrés se había olvidado por completo del cd de su hijo. Desde primera hora no había parado en el trabajo. Tuvo que comerse un marrón con un cliente, dos reuniones y aguantar los cuatro gritos del histérico del realizador del último comercial, que quería utilizar de plató la planta entera de oficinas. Todo eso vino a acrecentar la sensación, mientras sacaba un sándwich del maletín, de que hacía mucho tiempo que ese trabajo ya no le estimulaba lo más mínimo. Pagaba la super hipoteca, la sicóloga, las vacaciones y las sucesivas generaciones de playstation que consumía su hijo (y él también a veces) y poco más. Al sacar el sándwich descubrió el cd y decidió volver a verlo en la pantalla de 60” de plasma de la sala de juntas. A esa hora nunca había nadie y lo podría visionar con tranquilidad. Se había ganado un descanso de 10 minutos.

-¿Es la maqueta de la película de seguros?
-¿Perdón?
-Lo que visionas, si es la maqueta del gilipollas ese.
-No, no que va... no es nada.
-A ver... dale para atrás a eso.

Quien acababa de darle esa orden era uno de los creativos de la agencia además de socio fundador. Se creía a pies juntillas el personaje que se había ido creando con el paso de los años. Excéntrico, elegante con un toque informal, seguro de sí mismo, locuaz, impulsivo y ahora ex cocainómano que maldecía y añoraba en igual medida sus años de juventud en los que no podía trabajar sin meterse gramo y medio diario por la nariz. Sus mejores años creativos, por otro lado.

- ¿Quién ha hecho esto? Es muy básico, pero tiene algo...
- Mi hijo
- Ah...

Y ahí se quedó la cosa. El socio fundador salió de la sala de juntas sin decir ni una palabra más. Andrés se quedó a solas un tanto desconcertado por ese arranque elogioso. Su hijo había logrado en minuto y medio más de lo que había conseguido él en años de trabajo. Bueno tal vez exageraba, porque últimamente todo lo veía y lo sentía así, como a través de una lupa de 10 aumentos. Y por eso había empezado la terapia.



- He vuelto a pensar en el suicidio.

Eso fue la respuesta a la primera pregunta con la que le había saludado esa tarde la sicóloga. ¿Qué tal estás hoy?

- ¿Por alguna razón en concreto?
- Mi hijo tiene talento.
- Vaya...

Andrés ya se había dado cuenta de la afición desmedida de la sicóloga por esa expresión: Vaya... Servía para todo, era un vaya comodín. Expresaba sorpresa, duda, pesar, tal vez incomodidad, o podía llevar implícito una recriminación sutil. En este caso era un vaya de sorpresa de alguien que pretendía ocultar que algo le pudiera llegar a sorprender. O eso le pareció a él.

-¿Tu hijo tiene talento y a ti te entran ganas de suicidarte?

El hijo con talento (ll)

Andrés subió a la habitación de su hijo. Área restringida. Así rezaba el cartel que colgaba de la puerta de madera de arce. Golpeó la puerta con sus nudillos y como sólo estaba entornada entró sin esperar la respuesta. Su hijo estaba tumbado sobre la cama, leía un cómic y escuchaba música a través de unos auriculares enormes. Por eso ni vio ni oyó a su padre y se sobresaltó cuando él le tocó la espalda.

- Que susto, macho. ¿Qué quieres?
- Saludarte.
- Ah... hola. ¿Algo más?

Andrés respiró profundamente, haciendo acopio de paciencia para no salir de la habitación y dejar sin respuesta esa pregunta impertinente del hijo. ¿En qué momento todo se había vuelto preguntas impertinentes o respuestas esquivas y mal encaradas? Sí, de acuerdo, la adolescencia... Había que transigir, ser generoso, permitir los desmanes, incluso ignorarlos. ¿Pero hasta cuando? Si en el caso de su hijo esa fase había empezado antes de lo que esperaba, a los 11 años, ¿no sería justo que también acabara antes de tiempo?. Aunque a sus 16 recién cumplidos, la travesía adolescente parecía tener la misma fuerza y estar en el mismo punto inagotable del primer momento.

- No sabía que te gustara Damián Rice. Tu madre me ha enseñado el vídeo.
- Ah...
- Es bueno. Mucho.
- Ya...
- De verdad que es muy bueno.
- Vale, gracias. Quiero acabarme esto antes de cenar si no te importa... -dijo señalando el cómic- Es que es de Ricky y se lo tengo que devolver mañana.
- Claro...- Aunque Andrés se resistía a terminar la conversación así - ¿Tienes más? ¿has hecho más vídeos de esos?
- Alguno.

Alguno... Aquello era como picar piedra. Qué difícil arrancarle algo más que una respuesta justa y milimétrica a las preguntas que le hacía. Pero ya que había empezado no se iba a rendir tan pronto.

- ¿Y... se pueden ver?
- Pfff... papá...
- ¿Papá qué? Te estoy diciendo que me mola lo que has hecho, que me encantaría ver más cosas y a ti sólo se te ocurre quejarte. Ojalá mi padre se hubiera interesado por las cosas que me gustaban y por lo que hacía... Ojalá....

Se calló. Ya la había vuelto a liar. En sólo un momento. Justo lo contrario de lo que había ejercitado con la sicóloga.

- Joder, tío, cómo te pones... Y después mamá dice que por qué no hablo contigo...
- ¿Ah, qué con ella hablas? Primera noticia.
- Están ahí, en la mesa, en un cd que pone Cosas que pasan. Cógelo si quieres.

Andrés se acercó a la mesa y después de rebuscar un rato lo encontró.

- Gracias. Lo veo y te cuento, ¿vale?
- Vale...

Vale, lo que tu quieras, tío, espero impaciente que te cagas tu opinión. Todo eso implicaba el vale despectivo y desinteresado que Dani le había soltado a su padre. O al menos así lo interpretó él, por lo que decidió salir de la habitación sin hacer un solo comentario más. Para no liarla.

El hijo con talento (l)

Andrés llegó cansado a casa. Le pesaba el maletín, el traje de 1600 euros y hasta la corbata. Era uno de esos días en los que necesitaba recordar lo ejercicios practicados con la sicóloga, la disciplina de no pensar, de no anticipar, de no dramatizar, para no caer cuesta abajo.

- ¿Sabes que tu hijo es un poeta?

Así le recibió Raquel, su mujer, que, sentada en la mesa de la cocina, miraba una página en internet desde su pequeño portátil blanco, regalo de él las navidades pasadas.

- ¿Un poeta? Cómo que un poeta? ¿Un poeta de los que escriben poesía? Estará enamorado.
- No, ven. Mira.

Ella tenía abierta la página de Youtube y pinchó sobre un vídeo. Era un montaje musical a modo de video clip elaborado con una canción de Damián Rice, triste, evocadora, reconfortante. Y sobre ese fondo musical las imágenes de dos pequeños robots que en realidad eran unos juguetes de cuerda que a su hijo le encantaban. Se movían de manera graciosa, caminaban el uno hacia al otro, como buscándose y cuando se encontraban, al chocar y debido al movimiento que producía el mecanismo de la cuerda, iniciaban una especie de danza que uno podía enseguida asociar al acto de hacer el amor. Porque esos dos robots gracias a la música de Damián Rice, no follaban, hacían el amor. Esas imágenes daban paso a unos cuantos iconos del messenger. Dibujos esquemáticos, infantiles y muy expresivos. Todos bastante tiernos, todos buscándose y encontrándose. El resultado era poético, sin duda. Y con el suficiente sentido del humor para no caer en lo cursi o en lo trascendente.

- ¿Eso lo ha hecho nuestro hijo?
- Sí.
- ¿Nuestro hijo el cenutrio que apenas habla?
- El mismo.
- Así que todas las horas que pasa encerrado en su habitación, colgado de internet no era sólo para ver porno...

Raquel asintió, estaba disfrutando del momento y se sentía tan orgullosa y sorprendida de su hijo como si le hubieran otorgado el premio Nóbel. Era la quinta vez que veía el video, y aún no se habituaba a la idea de que eso hubiera salido del cuerpo, de la cabeza de ese adolescente huraño y malencarado que apenas se comunicaba con ellos a través de monosílabos.

- Es bueno, ¿verdad?- Ella lo preguntó sólo para confirmar su respuesta, para comprobar que no le cegaba la subjetividad del mismo amor de madre que la llevó a creer que el cenicero que había hecho su hijo para ella en la escuela a los 7 años, era el cenicero más maravilloso que jamás alguien había hecho. (Qué tiempos aquellos donde los niños aún hacían ceniceros en la escuela)

- Muy bueno. ¿Te lo ha pasado él?
- ¿Qué dices?. La madre de Ricky. Se ve que su amigo le ayudó con el vídeo y está muy orgulloso de su colaboración.
- ¿Y Dani por qué no nos lo ha enseñado a nosotros?
- No debemos ser tan enrollados como la madre de Ricky.
- ¿Está en casa?
- Arriba, en su cuarto.

Sorpresas

Hace un par de semanas como muchos sabréis decidí traicionarme y me compré un mac. Después de años de fidelidad al pc, después de despotricar y envidiar a todos los que se pasaban al diseño de mac, yo me dejé de pamplinas y también caí en la tentación. Ahora escribo sintiéndome un personaje de película neoyorkina. Además de las ventajas de escribir en un ordenador con una pantalla que parece un cine, he descubierto otras nuevas. Entre ellas que he recuperado la información que tenía en otros ordenadores y la he pasado a este. Hoy me ha dado por rebuscar entre esos archivos y me he encontrado con varios cuentos que había escrito yo pero que no me acordaba de ellos. Y ha sido una sensación extraña, es como si estuvieran ahí dormidos, esperando que alguien los leyera, para que de repente tuvieran una vida propia y completamente ajena a mí. Me ha costado mucho reconocerme en ellos. De hecho por un momento he dudado si los había escrito yo o no. Desconcertante y muy agradable a la vez.
Voy a mostraros sólo uno. Es un poco más largo que los anteriores que he colgado, así que lo pondré en tres partes para no abrumaros. No tenía título, pero lo acabo de bautizar: El hijo con talento.

martes, 3 de febrero de 2009

El futbolista argentino

Después de haberos contado sobre una cantante country tampoco os va a extrañar ahora un cuento sobre un futbolista argentino, ¿o sí?:


El futbolista argentino

Él llegó a la barra del bar del hotel. Eran las 2 de la mañana. Apenas había nadie. Pidió un whisky. Dos butacas más allá un hombre que no llegaba a los treinta apuraba una copa. Se cruzaron las miradas. El que no llegaba a los treinta lo saludó con un gesto y una pregunta amable.
-¿Tampoco podés dormir? Puto jet lag.
Entablaron una conversación intrascendente y sin saber muy bien cómo acabaron compartiendo una mesa. Los dos querían comer algo y en la barra no estaba permitido.
-Me suenas de algo.
-Y a lo mejor me viste en la tele. Juego al futbol.
Tenía un ligero acento argentino, media melena y ojos negros.
-Ah, ya. Eso debe ser. Aunque apenas habré visto un partido. El fútbol no es lo mío- Y dicho esto lo miró largo rato, antes de sentenciar- Eres guapo.
El futbolista se quedó callado. Incómodo.
-No soy… de los tuyos.
-¿Gordo?
-Y no… gay.
El se limitó a sonreír. Era una sonrisa triste, que el futbolista malinterpretó.
-¿A qué viene esa sonrisa? Te digo que yo no soy de esos.
- Tranquilo, futbolista.
-Me llamás futbolista como si fuera un insulto.
-Tú me llamaste gay como si también lo fuera.
-Y no- protestó el futbolista- Yo soy respetuoso.
-Ya- Y ese “ya” sonó tan irónico como pretendía - Todo lo respetuoso que quieras pero no sabes aceptar el halago de un tío sin ponerte de los nervios.
Siguieron comiendo en silencio, hasta que el argentino preguntó:
-¿Por qué dijiste gordo? Vos no estás gordo.

Y entonces la noche mereció la pena.

La cantante country

Ahí va otra pieza más absurda si cabe: (El título una vez más lo dice todo)
La cantante country

Hola, soy Sara, la cantante country. ¿Te acuerdas? Seguro que sí, no creo que te hayas llevado a la cama a muchas cantantes countrys. Cuando te conocí tenía un año y un novio más del que te dije. Sí, me quité un año y me quité un novio. De las dos cosas te enteraste luego, no mucho más tarde, y no sé cual de las dos te molestó más. ¿Y por qué? Sólo era un año, sólo era un novio. Ninguna de las dos cosas tenía mucha importancia. Del novio me libré pronto. Del año, bueno, perdí 7 kilos y eso me hizo aparentar al menos dos años más joven. Pero no bastó. Me dejaste. Ahí, en medio de la explosión. Porque yo aún estaba en plena explosión de mi amor por ti.
No se abandona a nadie en medio de una explosión.
Si con esto consigo hacer la letra de una canción, que me dejaras casi habrá tenido sentido. No será tan absurdo. O sí, pero será un absurdo productivo.
Siempre reciclando el dolor. Esa soy yo. La mejor cantante country que ha dado este país de folclóricas.

Cifras y azar

Este es un cuento absurdo, obsesivo, tontorrón. Y no, no es autobiográfico, no sufráis:

Somos 4 millones en esta ciudad. Sólo hay 6 plantas en este edificio, a dos pisos por planta. Y te encuentro en mi ascensor. Tu novio vive en el 6º, me dices. Justo encima del piso de 67 metros cuadrados que me he comprado hace 10 meses por 255.000 euros que pago en una hipoteca de 1673 euros al mes. Me costó dos años y tres meses de terapia olvidarte. A 60 euros por sesión. Unos 7200 euros.
Y tu novio, por el que me dejaste, se ha mudado al 6º.
Si ahora me tengo que ir de este piso y venderlo, justo ahora que el mercado inmobiliario ha empezado a bajar, con suerte podré venderlo por 200.000, y me olvido de los 73200 euros que me he dejado en la reforma. Y si a eso le sumas los años de terapia tirados a la basura, que tu novio viva en el 6º me va a hacer perder 131.200 euros.
Y lo peor es que esos 131.200 euros no me duelen ni la centésima parte de haberte encontrado hoy en mi ascensor.
Vale, me dejaste porque sólo hablaba de números.
Pero déjame, al menos, que me agarre a las cifras para intentar cuantificar esta puta broma del azar.

Nunca supe...

He llegado a escribir cosas más cortas. Como si fuera una pintada que alguien deja en la puerta de un water:

Nunca supe gestionar la pena, ni el tedio.
Soy un golfo. Mirad mi sonrisa.

El lado oscuro

Gente del trabajo se queja de que escribo poco en el blog. Yo siempre contesto lo mismo: Por esto no me pagan. Me pagan por lo otro, por hacer bien mi trabajo.
Además de hacer mi trabajo, escribo de vez en cuando en el blog. Y de vez en cuando también escribo cuentos. Cuentos cortos. Casi tan cortos como los minipoemas de Ajo.
¿No me creéis? Ahí va uno, para los incrédulos: El lado oscuro, se titula.

Mi hija es escritora. Y en sus cuentos y novelas siempre describe a unas madres malísimas. Ella dice que soy muy susceptible porque me lo tomo de manera personal, que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. ¿Pero qué parecido ni que parecido, si en sus novelas las madres están chifladas, son asesinas o como poco unas chantajistas emocionales de tomo y lomo? ¿Dónde está el parecido?
Los padres en sus novelas son seres encantadores. Ella no conoció al suyo.
La relación entre nosotras nunca fue de película, ni en el buen sentido ni en el malo. Nunca demostramos un cariño sobrenatural la una por la otra y nunca tuvimos una agarrada de las que hacen historia. Por eso no entiendo tanto drama en sus novelas. Ella siempre fue una chica optimista, alegre, vital. Sus novelas son oscuras.
Yo siempre me juro que no volveré a leer nada suyo, porque me desasosiega descubrir ese lado tenebroso, es como si me estuviera colando en un lugar al que no he sido invitada. Y entonces quiero ser respetuosa y no entrar ahí, pero a la vez pienso, ¿yo no he sido invitada y todos sus lectores sí? ¿Yo voy a ser menos que sus lectores? Así que acabo cayendo. Me sumerjo una vez más en sus páginas. Y me entra un no sé qué, un reconcome que siempre acabo visitando el álbum familiar para buscar entre sus miles de sonrisas una huella, un indicio que sugiera esa mente tan oscura. ¿Será mi hija bipolar? ¿O como un súper héroe con dos caras? ¿La alegre para el día, la pesimista para sus novelas?
¿Quién es esa escritora que desconozco? ¿Y por qué en las entrevistas siempre le preguntan si su literatura es autobiográfica? ¿Y por qué ella nunca lo niega?