miércoles, 4 de marzo de 2009

En el vagón de metro

Hoy me lo he encontrado en la Plaza de las Descalzas. Estaba más viejo y más arrugado. Tal vez no era él, pero tenía sus rasgos. Y hay rasgos que no se olvidan. Hay ojos azules que no se olvidan. Aunque sobre todo recuerdo los de ella.

Fue en 1993, un año después de las Olimpiadas. Yo llevaba poco en Madrid, aún me perdía a veces en el metro. Y esa noche estaba un poco perdida, sola, a pesar de mis amigas, y algo borracha. Ellas me habían dejado al lado de la estación de Nuevos Ministerios. Habíamos bebido cuatro o cinco cervezas y también unos chupitos de tequila. El vagón de metro estaba vacío. Sólo un chico de treinta y pocos al final del vagón. Justo antes de que se cerraran las puertas entraron un hombre y una mujer. Con muy mala pinta. Vaqueros sucios, cazadoras negras desgastadas. Yonkis tal vez. Él cargaba con todo el peso de ella en su hombro derecho, la arrastraba. Pensé: Ésta se ha bebido más chupitos que yo. O eso, o lleva un colocón de cualquier cosa. Se sentaron enfrente de mí. Ella no dejó de mirarme. No apartó ni un solo momento la vista. Yo ya no sabía hacia donde mirar. El hombre me interrogó con un gesto de desaprobación. Y musitó un ¿qué? Y ese qué me asustó. Miré hacia el lado derecho del vagón, buscando al otro pasajero, que debió de interpretar mi gesto de angustia, porque enseguida se acercó y se sentó a mi lado. Era guapo. Y vestía bien. Me sentí segura de repente.

Pasaron dos minutos y la chica seguía mirándome. De pronto sentí una mano que se posaba en mi pierna. Me alarmé. Era el chico guapo. Acercó sus labios a mi oído. “Baja en la próxima estación. No preguntes. Confía en mi”

El miedo me paralizó. Yo creía que el peligro estaba enfrente de mi, pero de repente el chico guapo me decía que me bajara con él. ¿Por qué?

Ya estábamos llegando a la siguiente estación y yo no sabía qué hacer. ¿Bajarme con el desconocido o seguir con los yonkis? A esas alturas ya había decidido que eran yonkis, y mala gente. Pero el guapo empezaba a parecerme mucho menos guapo, y cada vez más desconocido y raro. ¿Por qué me hacía una proposición tan extraña? No me pensaba bajar con él. No.

El metro llegó a la siguiente estación. El guapo se levantó y antes de salir me hizo un gesto para que le siguiera. Yo miré a los yonkis. Sobre todo la miré a ella. Y su mirada me dio la fuerza para levantarme y salir con el desconocido. Las puertas del vagón se cerraron al segundo de bajarme. Y el tren desapareció por el túnel negro.

Nos quedamos el desconocido y yo. Le miré intentando aparentar una seguridad y una serenidad que no tenía.

-No te asustes- dijo- Soy médico. Y esa chica, la he estado observando y… estaba muerta.
-¿Qué? ¿Cómo que estaba muerta? Si me estaba mirando.
-No parpadeó ni una sola vez, y tampoco sentí su respiración.
-Muerta…
-Por eso te hice bajar. Mejor que esperes al siguiente tren. Adiós.

Y sin más se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras mecánicas. Dejándome allí, esperando al siguiente andén como una tonta. Mientras se alejaba lo vi cada vez más guapo y menos desconocido. Y yo me iba sintiendo cada vez más sola y más absurda. Había compartido el vagón con una muerta que no dejaba de mirarme. Y con un desconocido que me acaba de abandonar en una estación en la que nunca había estado. Vivan los jueves por la noche en Madrid. Las cervezas y el tequila se revolvieron en mi estómago y me entraron unas ganas horribles de vomitar.

Hoy el hombre en la Plaza de las Descalzas no entendió nada cuando me acerqué a él y le pregunté: ¿De verdad estaba muerta?

2 comentarios:

combatientes70 dijo...

esta pregunta te la hago a ti pero no quiero que me la respondas: ¿estaba muerta?

José Joaquín dijo...

Buenísimo el cuento, saludos. No importa si fue leyenda urbana, está bueno.