Ana lleva a su hija Nora a ver a su hermano Aldo en la función del colegio. La clase está llena de padres, tíos y abuelos que también van a ver a sus respectivos niños actuar y cantar. El espectáculo es como casi todos los escolares parte desastre, parte improvisación, parte diversión y ternura. Uno de los profesores ejerce de maestro de ceremonias y como entre actuación y actuación transcurre más tiempo del planeado el buen hombre tiene que improvisar y les cuenta algo. Él y su mujer están dándole vueltas a la idea de tener un niño y que cuando se lo comentan a amigos todos les hablan de los sacrificios que supone traer una criatura al mundo y de lo que les va a cambiar la vida. El profesor conoce pues de sobra la parte negativa pero quiere aprovechar ese momento, ahora que tiene a tantos padres delante, para que le cuenten si hay algo alegre, o feliz en todo este lío de la paternidad y si al final compensa. Lanza la pregunta al aire y ningún padre ni ninguna madre se atreve a contestar. Se produce un silencio un poco tenso hasta que una abuela se arranca. Y le viene a decir que sí, que es un lío, que tu mundo se convierte en otra cosa, que todo son prisas, sacrificios, llevarlos al médico y al colegio, la casa siempre desordenada y estar media vida preocupada por ellos, y los gritos y las voces, y que ya no quedas con amigas y ni soñar con ir al cine o a tomar el vermut, pero que al final del día, cuando duermen, te entra una paz, una paz… Y ahí todos los padres rompen a reír. Porque todos se han visto reflejados en ese sentimiento tan certero de la abuela. Al final del día hay paz. Y al verlos ahí tan quietecitos y tan dormidos todo o casi todo merece la pena.
¿Y de qué será la mancha esa del sofá?
domingo, 7 de junio de 2009
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1 comentario:
la indomable flaqueza de un guionista que iba de pobre y ocultaba un genio
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