Hay épocas del año en que vuelvo a tener ganas de arrancar proyectos nuevos. Noviembre, no sé por qué, es uno de esos meses en el que acaricio siempre la idea de escribir una novela. Después la pereza, el miedo, la autoestima baja, la vagancia absoluta, la urgencia del trabajo, las 24 horas ocupadas, hacen que me vaya olvidando de ese sueño. Este noviembre no ha sido diferente. Así que ahí estaba yo dándole vueltas, buscando un tema, un impulso, una idea para esa novela otoñal que nunca llega cuando perdí a Mazinger. Sin más, el domingo más frío del año a las 12 del mediodía en la plaza del Dos de mayo lo perdí. Yo estaba distraído y absorto en la conversación con Iván, mientras me contaba cómo sus padres le habían dado la espalda cuando descubrieron que era gay, y como había tenido que marcharse de casa y trabajar de camarero en Portugal y luego de peón de albañil en Suiza "peor que hacer la mili", dijo. Y de repente Mazinger ya no estaba.
Iván me ayudó a buscarle y luego Andrei y también Enrique y Lucía y más dueños de perros que fueron corriendo la voz por todo el barrio. Yo, que hasta la 1 y media había mantenido la calma, empecé a inquietarme. Sobre todo al ver la cara de preocupación de los demás. Gumer tampoco ayudaba. "Pobriño, estará por ahí solo, perdido, pasando frío, con hambre, pobriño..." Y seguía: "Cuando aparezca voy a tener unas ganas de abrazarle y pegarle, abrazarle y pegarle..." "Abrazarle y pegarle, qué desgraciado el Mazinger, mira que escaparse." Que sí, Gumer, que ya he pillado la idea.
A las 2 mi inquietud era evidente, a las 4 de la tarde ya estaba harto, cansado y desesperado de buscarle por todo el barrio. Y sabiendo que si estuviera por las calles próximas habría vuelto, porque esta zona la conoce de sobra. Pero algo tenía que hacer. Y salir del barrio era absurdo, porque fuera de aquí el resto era la inmensidad de Madrid. Que vale, no es tan grande como Sao Paulo, o Mejico DF, pero para un perro blanco, pequeño y mimado, Madrid es inmenso. Lo que no hice en mis paseos fue gritar su nombre. Imaginaos el panorama, yo gritando como un loco por las calles: ¡Mazinger, Mazinger! (¿Por qué no le puse Toby, o Lucky o algún nombre de perro?)
Durante esas horas mi mente era un hervidero, por un lado trataba de relativizarlo: Sólo es un perro. No pasa nada, a todos los dueños de perros le pasa alguna vez. Ánimo, aparecerá dándole al rabillo por cualquier esquina. Pero al segundo empezaba a pensar en todas las posibles muertes, raptos, accidentes que mi mente de guionista era capaz de imaginar. Y yo he escrito dos policiacos, uno de ellos muy tremendo, así que imaginaos mi talento para el drama. Inmenso, tanto como Madrid para Mazinger.
Antonio, el dueño de Micro, me dio la clave. Llama a la policía local. Lo hice y fueron especialmente amables. "Justo una compañera acaba de perder al suyo y estamos aquí sufriéndolo mucho. Ahora mismo alerto a todas las patrullas"
A las 5 y media llamé al registro de animales y ahí me dieron la noticia: "Su perrillo ha aparecido, lo encontraron a la 1 y media, ¿no le han llamado? "
¡No, no me han llamado!" Y en ese momento pensé, ¿Por qué no me han llamado? Si el perro estuviera bien me hubieran llamado, ¿no? A todo el mundo le gusta dar buenas noticias. Pero claro, han encontrado al perro mutilado, o muerto, o desangrado y no han tenido el valor de decírmelo.
Mis piernas se pusieron a temblar. Ellas solitas, sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo. Valor, Carlos. Llamé al número que me dio la chica del registro. Allí un señor borde, el primer borde del día, me dijo que sí, que lo habían encontrado y que no, no me habían llamado y que se lo habían llevado directamente al Centro de Protección de animales. ¿Estaba bien el perro? Sé que lo tuve que haber preguntado, pero no me atreví, no supe hacerlo, me fallaron las fuerzas. Prefiero no saberlo, pensé. Prefiero ir allí y enfrentarme a la realidad, sea cual sea. Prefiero tardar lo más posible en escuchar una mala noticia (igual que cuando me hago el remolón todos los martes antes de entrar en la página web para averiguar la audiencia de mi serie. Que sigue subiendo, por cierto) Así soy yo. Y ante mi carácter, mi estado de ánimo en esos momentos y la bordería del hombre, no me atreví a preguntarle si mi perro tenía aún las cuatro patas, todos los dientes, las dos orejas y el hocico.
"¿Dónde está el centro ese que voy corriendo a por él?" En la M 40, salida 30, me dijo. Su puta madre. Eso suena lejísimos. "Pero no puede ir a buscarlo hasta mañana. Hoy no hay personal administrativo porque es domingo"
¿Cómo? ¿No podía recoger a mi perro hasta el día siguiente? ¿Iba a pasar la noche allí? ¿En esa cárcel de perros, en ese campo de exterminio, en ese centro de reclutamiento? ¡Pobre Mazinger!
martes, 2 de diciembre de 2008
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