En la misma revista, en OnMadrid, me encuentro en la página final una entrevista con mi adorado Javier Cámara. Hace más o menos un mes iba yo paseando a mi perro y oigo un frenazo y una voz de atrás que me grita: Carlitos! Me doy la vuelta y veo un taxi parado en medio de la calle y que de la puerta de atrás asoma Javier Cámara. Había parado el taxi sólo para saludarme. Y en dos minutos, colapsando la circulación, recordamos lo bien que lo habíamos pasado unas noches antes en un evento de estos absurdos que resultó una fiesta magnífica. Esos dos minutos de charla, y sobre todo esa parada de taxi, me alegraron el resto del día. Javier, es de este tipo de actores que tiene el don de la simpatía, fuera y dentro de cámara. Y aunque no puedo presumir de su amistad, sólo coincidimos trabajando en una peli, Javi siempre logra que cuando estás con él, te sientas primo hermano suyo. Eso es un don. Un don que no sólo tienen algunos actores, claro. Pero yo sobre todo me lo he encontrado entre los de su oficio. Los que trabajamos con ellos, escribiendo, dirigiendo, montando, en el sonido, etc, a menudo despotricamos contra los actores. Sus caprichos, sus egos, sus manías, sus chóferes (son los únicos de un equipo, bueno, con el director, a los que van a recoger a casa) sus sueldos... Pero muchas veces olvidamos el reto que supone, el vértigo que supone, ponerse delante de una cámara y empezar a trabajar a la orden de acción, con 50 personas mirándote. Imáginaos que os pasara eso en vuestros trabajos. Que tuvieráis siempre a 50 personas pendientes de vosotros y que tuvieráis que arrancar a trabajar a la orden de alguien, justo en ese instante. En un trabajo además en el que no sólo tienes que recordar un texto, (algo que parece fácil pero no lo es tanto) también te tienes que mover, interactuar con los compañeros y encima prestarle tus sentimientos al personaje que te estás inventando. La interpretación es este tipo de trabajo que sólo te das cuenta de lo duro que es hasta que un día te toca a ti jugar a serlo, aunque sólo sea con dos frases de nada.
Por eso a mí me maravilla cuando dentro de esa profesión dificil, llena de inseguridades, de castings odiosos, de paro, de frustraciones, te encuentras a personas como Javi Cámara. Todo en él irradia luz. Tanto dentro como fuera de su apellido, ya digo.
En la entrevista acaba contando una anécdota que le encanta contar y que yo siempre que la escucho me llena de ternura. Le pregunta el periodista: ¿Cómo fue tu llegada a la capital? Y Javi contesta: Al estilo Paco Martínez Soria. La primera vez que monté en el vagón del metro dije "buenos días" al entrar. La gente me miró e hizo un círculo a mi alrededor. En la siguiente parada un señor hizo lo mismo y luego empezó a pedir dinero. Ya me he acostumbrado a no saludar, pero me sigue pareciendo feo.
La anécdota no sólo habla de su supuesto "paletismo", también le define. Sobre todo en esa última frase: "Ya me he acostumbrado a no saludar pero me sigue pareciendo feo"
Por eso, supongo, es capaz de parar un taxi en pleno Fuencarral para saludar a un conocido y alegrarle el día.
viernes, 22 de enero de 2010
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3 comentarios:
No conozco a Javier Cámara... pero estoy seguro que es así... Odio a la gente que en nuestro oficio critica con tanta mala sangre a los actores... yo debo reconocer que los amo, que vivo con ellos, que comparto esos miedos que tan bien describes... no sé si llegaré a enamorarme de alguno... pero sin duda los quiero a mi lado... me siento tan identificado con ellos... porque siento que en el fondo soy un actor frustrado... que me dedico a escribirle lo que ellos después saben darle vida como nadie...
que grande Javier!
El comentario "él se bajó del taxi"
Y el comentario "no tengo su amistad"
No hacían ni puñete.. falta.Por muchas razones y lo digo siempre pensando en positivo hacia tí.
Saludos Carlangas.
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