Os contaba dos entradas de blog atrás que este estaba siendo un verano piscinero, y que las mejores cosas me han pasado al lado del agua azul y transparente de una piscina pública o privada. El otro día en mi pueblo volví a recordar mis tardes eternas de adolescente al olor del cloro y de las cremas solares. Esta vez iba con un amigo (de los pocos que han quedado de esa época adolescente) y sus dos hijas. Mi amigo mientras untaba de protección 50 el cuerpo de su niña de un año, un torbellino de energía y felicidad, vigilaba sin perder detalle las zambullidas de la mayor y a la vez hablaba conmigo. Esa es la capacidad que tienen los padres, de estar a tres cosas como si fuera lo más normal del mundo. Y en ese momento, o un poco más tarde, qué más da, llegó su mujer, con la que media hora antes había mantenido un intercambio de palabras típico de matrimonio con niños pequeños, que si has cogido los pañales, que si no hables alto que la vas a despertar, que tú qué vas a hacer en casa, si todo lo hago yo... Y de repente mientras ella caminaba sobre el cesped con un vestido veraniego, mi amigo la contempló y me dijo: "Mírala, cada año que pasa está más guapa".
Supongo que no hay más secreto para que un matrimonio aguante biberones, pañales y tormentas.
Y ella entonces llegó hasta nosotros y le increpó: "¿Pero aún no le has puesto el pañal para bañarse? La habrás untado bien de protector, ¿verdad?"
Y yo no le dejé contestar a él y me adelanté: "Sí, la ha untado de la cabeza a los pies, sin perder detalle y sin que la niña se quejara. No sé cómo lo hace"
Ella sonrió y le dio un beso a la cabeza. "Si es que es más mono"
Esa noche encasquetaron a las niñas con los abuelos y pudieron salir después de un año enclaustrados. Nos emborrachamos, claro. Y ellos podían estar a tres cosas a la vez: a la conversación, al camarero, a... lo que hiciera falta.
viernes, 27 de agosto de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario