-Ay, nena, nena, que no puedes estar así. Que tienes que tirar para arriba, mujer, que ya pasó mucho tiempo.
-¡Déjame! No puedo, es que no puedo, ¿tú crees que yo quiero estar así? Pero no puedo.
Y ella se hizo un ovillo en la cama y volvió a gimotear. El padre la miró sin saber qué hacer. Un día más. El padre fue a por su mujer, estaba en el salón, buscando debajo del sofá uno de los camiones de su hijo pequeño.
-Tenemos que hacer algo, Rebeca, la niña no levanta cabeza. Yo es que me encuentro a ese desgraciado y… hoy pensé que lo había visto y me entraron unas ganas de acercarme a él y cruzarle la cara… Pero no era él.
-¿Y eso de qué iba a servir?
-Ya, ya… ¿Y sus amigas? ¿Por qué no queda sus amigas, salen, se divierten? Algo habrá que le apetezca hacer y se vaya quitando al otro poco a poco de la cabeza.
-No quiere, yo ya no sé qué más decirle.
-Pues tiene que querer, tiene que poner de su parte, caramba.
El padre tenía el corazón encogido, de impotencia, de ver así a su niña. Y también empezaba a estar muy harto. Todos los días igual. En vez de ir para arriba, ella se hundía más y más en un pozo negro.
-Esto es culpa nuestra, lo sabes, ¿verdad?
La madre ya con el camión en la mano le miró sin entender.
-Culpa nuestra por qué, ¿por dejarle salir con él? ¿y qué íbamos a hacer?
-No por eso, por mimarla demasiado, por no endurecerle el corazón. Es como una princesita, yo no sé a quién salió.
-Antonio, qué cosas dices, endurecerle el corazón. Ya se le pasará.
-¿Y si me la llevo a trabajar conmigo?
-Yo encantada, pero como no la arrastres…
-Esto mi padre lo hubiera arreglado con dos cachetes.
-Sí. Y lo hizo y ¿te sirvió de algo?
-¿Qué?
-¿Tú no estuviste así tres meses cuando yo te dejé?
-Mujer… No fue igual… yo…
-No fue igual porque volví contigo...
Y entonces Antonio recordó lo que dolía y que no había dolor parecido. Bueno sí, cuando había muerto su padre, el de los cachetes, ahí el dolor había sido igual de devastador, de sordo, de implacable. Un dolor que todo lo abarcaba, cada minuto, cada hora, cada día, durante semanas eternas y que cubría cada centímetro de su cuerpo, pero se intensificaba en el estómago y en las manos. Y no había consuelo. No había manera de hacerlo callar.
-¿Y si la llevamos al sicólogo? ¿o…?
Y entonces se le ocurrió.
-¿Y si le voy a ver y le convenzo para que vuelva con ella?
La mujer le sonrió.
-¿Ahora quieres convencerle de que vuelva? Hace un minuto le querías cruzar la cara.
-¡Mamá!
-Voy…
La madre entró en la habitación de su hija.
-¿Duermes conmigo esta noche?
-Hija… que tengo a tu padre abandonado, que no puedo estar durmiendo noche sí y noche también contigo.
-Mamá, es que no sé…
-No, hoy llamas a Raquel, o a Marta y sales con ellas. Te emborrachas, llegas tarde, y tu padre a lo mejor hasta te da un poco de su marihuana…
-Mujer… -se adelantó Antonio- la marihuana es para lo mío, mejor le dejo el coche… Pero que una de tus amigas no beba. Tú sí, tú bebe, que con alcohol uno al menos se preocupa de vomitar o de no vomitar y el caso es tener la cabeza ocupada…
La hija le miró sorprendida.
-Anda, que me dais cada consejo…
Y sin más se puso a llorar. La madre miró a Antonio de manera recriminadora.
-Si es que es verdad, Antonio…
-¿Qué? ¿Y ahora qué? ¿ahora qué he dicho?
Entonces Antonio volvió añorar a su padre. Que lo hubiera arreglado todo con dos cachetes. O no.
sábado, 23 de mayo de 2009
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1 comentario:
oye, engancha. dan ganas de saber qué pasa después. me recuerda a cierto momento de "El cabo del miedo". Es una idea interesante ¿Idea para una serie nueva?. me gusta y me gustaría verla, pero tal y como está la televisión de pacata-mojigata... no sé
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