miércoles, 27 de mayo de 2009

La nieta

Le había prometido a su nieta el mejor regalo del mundo si aprobaba todo en junio. La nieta lo aprobó todo y el abuelo tuvo que cumplir. Le dejó elegir el regalo. Ella quería una bicicleta con forma de Harley Davidson, con el manillar enorme y mucho más alto que el sillín que iba casi pegado a la rueda de atrás, tres veces más ancha que la rueda de adelante. Como una de esas bicicletas que conducían algunos chavales negros del Bronx en las películas americanas.
-¿Pero esas bicis las encontraremos en Madrid?
-Claro, abuelo, hay una tienda en Malasaña donde las venden.
-¿En Malasaña?
El abuelo hacía muchos años, muchos, que no iba por esa zona de Madrid. Allí conoció a su mujer, medio siglo atrás. Medio siglo, ay. No había vuelto. Sabía por la tele y los periódicos cómo estaba la zona, llena de grafittis, tomada por los jóvenes, y más bulliciosa que nunca. Aunque nada de eso le había alejado de allí, era más bien el miedo a sentirse un viejo en donde había aún tanta vida, y tan distinta a como él la recordaba. Como un cuarentañero que no se atreve a visitar su antigua facultad para no sentirse mayor al lado de tanto chaval de veinte.
Pero le había prometido el regalo a su nieta. Y tenía que cumplir.
Qué regalo más extraño para una adolescente. Siempre había sido una niña especial, tal vez porque era china, su hijo y su nuera la habían adoptado con 2 añitos. Fue un infierno todo el proceso. Y ella desde el primer día había demostrado un carácter raro. Muchos se lo achacaban a sus orígenes y a lo mal que lo debía haber pasado, pero el abuelo prefirió no indagar mucho y no buscar una razón para su personalidad. Le gustaba pensar que era así porque era única, no porque fuera china.
Y ahora su nieta china quería una bici de chaval negro del Bronx. A su nuera le iba a encantar el regalo, iba a poner el grito en el cielo. Y eso de alguna manera le divertía.
Llegaron a la tienda y su nieta le señaló la bici. Se sentó en ella.
-¿Qué tal estoy? ¿mola? ¿me queda bien?
-Pues, no sé… no es un vestido, no sé si te tiene que quedar bien…
-¿Pero tú me ves en ella o no, abuelo?
-¿Sabrás manejar ese cacharro?
-Pues claro.
-Te queda estupenda, entonces.
Y la nieta china sonrió.
-Qué grande eres, abuelo.
La nieta se acercó a su abuelo y le dio un beso. El dependiente, un chico tatuado de los pies a la cabeza y con siete piercings distribuidos por toda la cara, sonrió al ver a esa china tan contenta besando al anciano. Formaban una estampa curiosa.
Mientras el abuelo pagaba la bicicleta, el precio era completamente abusivo pero no rechistó, la nieta saludó a una adolescente rubia de su misma edad y que aún debía llevar en su cara más piercings que el dependiente. La adolescente rubia besó en los labios a su nieta. La nieta miró a su abuelo y enrojeció.
-Abuelo, ¿conoces a Tania? Es… mi novia.
El dependiente bajó la vista, porque aunque no se quería perder detalle de la reacción del anciano, se sentía muy incómodo presenciando ese momento.
-¿Tu novia…?
Tania se acercó a él y le plantó dos besos.
-¿Qué tal? Qué enrollado eres, comprándole la buga a Jan.
-Sí, a ver qué dice su madre de todo esto.-Fue lo único que acertó a decir.

La nieta estaba esperando alguna reacción más por parte del abuelo, pero este simplemente le dio un beso apurado y decidió dejarlas solas.

Se puso a caminar por las calles de Malasaña. Tenía mucho que digerir, entre otras cosas que había vuelto a ese barrio 30 años después para comprar una bici del Bronx a su nieta china lesbiana.
Bueno, así era la vida, pensó mientras contemplaba un graffiti de un lagarto verde.
En una terraza del Dos de mayo pidió una caña y se indignó cuando le cobraron 4 euros.

No hay comentarios: