domingo, 24 de octubre de 2010

De ostras, magdalenas y ratauille

¿Recordáis ese momento memorable en la película de Ratatuille, donde el crítico grastronómico amargado que no disfruta desde hace años de un plato de comida se topa de repente con un buen ratatuille y la primera cucharada le transporta de inmediato a su infancia, a los olores y sabores que salían de la cocina de su madre, y recuerda la alegría y el amor que ella le otorgaba? Algo así sentí yo el otro día al probar por primera vez una ostra, sí, en mis 38 años nunca las había probado, fue llevármela a la boca y sentir como me tragaba toda la playa del Orzán, donde pasé todos los veranos de mi infancia y adolescencia. El mar, las algas, las pisadas en la arena, la brisa, el frío de ese agua helada del atlántico, y el mamá, mira lo que hago, y mamá dejame un poco más, y mamá, ¿me puedo bañar ya o cuánto va a durar esta digestión eterna?
Todo eso cabía en una ostra. Treinta años después y en otra ciudad bañada esta vez por el mediterráneo y rodeado de gente del trabajo mientras nos emborrachábamos diseñando la estrategia del día siguiente.
¿Quién iba a imaginar que un viaje de trabajo se iba a convertir por culpa de unas ostras en un viaje a la infancia?
Sé que otros hubieran citado a Proust y sus magdalenas... pero yo pensé en Ratatuille.

5 comentarios:

Anthony dijo...

so cute!

combatientes70 dijo...

Carlos, algo parecido me ha pasado hoy... Rosana y yo hemos corrido toda una aventura para poder llegar a Madrid... por culpa de un accidente en la entrada de Jaén hemos perdido el tren... Hemos ido tras él, nos hemos perdido para llegar a la primera estación en que paraba y eso ha hecho que lo volviéramos a perder porque hemos llegado tarde a la estación de Linares-Baeza... por suerte venía un Talgo de Almería una hora después... mientras esperábamos el Talgo hemos desayunado y he visto que en la cantina de la estación había tortas de aceite... de las de imparsa (como se decían en Martos porque era la fábrica que las hacía)... y ni corto ni perezoso me he pedido una... y al primer bocado toda mi infancia se me ha hecho presente... yo sí he recordado a Proust... y eso que ni lo he leído...

Anónimo dijo...

mmm genial sensación!, aunque el dilema ético que supone comerse una ostra (por aquello de comerse algo que está vivo) no me parece la mejor de las opciones.

SECIRAN

Anónimo dijo...

1º La comparación con Rataouille en vez de la de las magdalenas, m parece mucho más divertida y emotiva, ya que Ratatouille es jod..(piiiii)....mente maravillosa.
2º Entiendo perfectamente lo qe dices, a mi m pasó hace poco, pero no fue con comida, sino por un olor, ese olor a VHS del videoclub, me recordó a cuando de pequeño me pasaba todo el tiempo que podía mirando las películas de terror que mi madre me prohibía ver, llenas de payasos asesinos, garras afiladas rompiendo la tela de las sábanas donde un joven dormía tranquilamente, y perros asesinos devorando inocentes gatitos...mmm, q rico olor a plástico mezclado con el mórbido terror que la sección de este género me causaba...

G.

Tamara dijo...

La comparación con Ratatouille es lo mejor, porque a todos nos ha pasado alguna vez que volvemos a la infancia. A mi me pasa cada vez que me como más de cuatro onzas de chocolate (mi madre me decía de pequeña que no se podia porque se caían los dientes).
Aunque comer algo vivo...